INNOVA Research Journal 2017, Vol 2, No. 3, pp. 13-26
(nacionalidad=ciudadanía)” (Zapata-Barrero, 2003, Pg. 116) y este entendimiento hace imposible
la existencia de cualquier otro sistema, de hecho, cualquier otra opción es indeseable en términos
de seguridad y cohesión. Pero hoy en día todas estas premisas se han puesto en duda como
resultado de la globalización, que problematiza la conexión entre el Estado, nación y ciudadanía,
evidenciando el carácter heterogéneo del demos y de la ciudadanía que, por sus características,
difícilmente puede permanecer identificadas con la nacionalidad.
A día de hoy el demos de un Estado no coincide plenamente con los ciudadanos, por lo
que por su carácter heterogéneo, la ciudadanía ya no representa a todos quienes pertenecen a un
Estado. Por eso, ajustándonos a la realidad, para hablar de ciudadanía deberíamos hacer
referencia al contacto entre la persona y el Estado. Es decir, la ciudadanía como el vínculo que
permite a la persona comunicarse y relacionarse con el Estado y viceversa. Esto debido a que, en
las sociedades multiculturales actuales, el individuo, sea de la nacionalidad que sea, requiere la
posibilidad de participar y de poder conectar directamente con el Estado en el que vive de forma
permanente.
En segundo lugar, al ser la ciudadanía una relación política en virtud de la cual el
individuo es miembro de pleno de derecho de la comunidad, ésta le otorga el reconocimiento
oficial de su integración en la comunidad política. Y este vínculo se convierte en una
identificación social entre ciudadanos que contribuye a la construcción de su identidad personal
y colectiva. Así, autores como Cortina, consideran que aquí se encuentra precisamente la
grandeza y la miseria del concepto tradicional, ya que “la identificación con el grupo supone
descubrir rasgos comunes, semejanzas entre los miembros del grupo y a la vez tomar conciencia
de las diferencias con los foráneos. De suerte que la trama de la ciudadanía se urde con dos tipos
de mimbres: la aproximación a los semejantes y la separación con respecto a los diferentes”
(Cortina, 2001, Pg. 39). Es decir, la identificación que produce el concepto de ciudadanía, basado
solamente en cuestiones de tipo étnico-culturales, constituye un concepto excluyente que
contribuye a exacerbar sentimientos separación, discriminación o rechazo hacia quienes son
distintos; ya sea por pertenecer a una raza o cultura distinta o simplemente porque, pese a no
haber diferencias tan evidentes, nació en un territorio distinto.
En este sentido, el estatus de ciudadano provoca la imposición de una frontera de
inclusión y exclusión del individuo, en la medida en que la ciudadanía es el factor que determina
su ubicación política dentro de un Estado. El hablar de ciudadanos como destinatarios de ciertos
derechos, deja fuera a muchas personas y convierte a la ciudadanía en la responsable de una
desigualdad social legítima. El reconocimiento de derechos condicionados a la pertenencia o
fidelidad de una determinada identidad nacional hace que la ciudadanía sea, sin lugar a dudas, un
factor de exclusión y fractura social. Provocando lo que Ferrajoli ha pronosticado
insistentemente, “si los derechos fundamentales se asientan sobre un concepto de ciudadanía
excluyente, en el que no participan grandes sectores de la población, entonces los derechos
fundamentales se convierten inevitablemente en categorías de exclusión” (Ferrajoli, 2009, Pg.
1
17).
Además, constituye una fórmula de cierre de la comunidad política para convertirla en
una especie de club exclusivo al que, en muchos casos, puede accederse únicamente por ius
sanguinis. Por tanto, lejos de ser, únicamente, un mecanismo legal y político para identificar a
Revista de la Universidad Internacional del Ecuador. URL: https://www.uide.edu.ec/
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