INNOVA Research Journal 2019, Vol 4, No. 3.2, pp. 114-130
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la ciudadanía es, ciertamente, un reconocido estatus de inclusión y
pertenencia que apela a la existencia de una estructura de derechos universales.
Pero también es un proceso histórico, resultado de una diversidad de prácticas y/o
dinámicas que a su vez han seguido su propio patrón, por llamarle de alguna
manera, de interpretación nacional particular. (p.88).
Si bien el concepto de ciudadanía puede ser una mirada teórica del comportamiento
humano, también es un ejercicio cotidiano, una práctica social (Sojo, 2002). Asimismo, el debate
acerca de la ciudadanía cobra importancia en lo que respecta a la definición de las políticas
públicas de cualquier país. Dicho concepto implica un ejercicio o práctica ciudadana que
involucra aspectos políticos, económicos, sociales y culturales, que van desde el sufragio para la
elección de gobernantes, hasta concepciones con respecto a antagonismos de género, étnicos y
ambientales.
El concepto de ciudadanía también adquiere complejidad en sus posibilidades de re
significación, puesto que hoy en día en que la especie humana está auto-amenazada es difícil
tener claridad de lo que puede significar la ciudadanía y las nuevas solidaridades que son
necesarias para la construcción de un mundo menos desigual para la humanidad. Para lo cual la
noción de ciudadanía y el ejercicio que conlleva en las esferas pública y privada deben
concatenar la práctica solidaria y responsable en la dimensión local, nacional y planetaria. La
comunidad de destino en el que todos estamos involucrados (Morin, 2002), implica la
construcción de una identidad humana común, que podría significar la construcción de una
ciudadanía planetaria, ya que es:
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la progresión y el anclaje de esta conciencia de pertenencia a nuestra
patria terrestre son los que permitirán el desarrollo, por múltiples canales, en las
diferentes regiones del globo, de un sentimiento de unión y de intersolidaridad
necesaria para civilizar las relaciones humanas. Son el alma y el corazón de la
segunda globalización, producto antagónico de la primera, los únicos que
permitirán humanizar esta globalización (Morin, 2002, p.77)
Privilegiar una noción activa de la ciudadanía significa desviar el foco de atención desde
los aspectos formales hacia las prácticas en que ésta se concreta, esto es, hacia los modos de
participación política y ciudadana. Así, B. S. Turner concibe la ciudadanía como “el conjunto de
prácticas (jurídicas, políticas, económicas y culturales) que definen a una persona como un
miembro competente de su sociedad, y que son consecuencia del flujo de recursos de personas y
grupos sociales en dicha sociedad” (Turner, 1993, p. 2).
Desde su teoría relacional de la sociedad, Donati entiende la ciudadanía como relación
social y no como un elemento jurídico; se trata, ante todo, de una realidad socialmente
producida, que tiene su historia y su evolución. Para el autor, la ciudadanía no es ya la relación
que se tiene con el vértice de la sociedad, no es ya la relación política más elevada, sino que se
convierte en una relación de redes, aplicable a todo el nivel del obrar social (Donati, 1999, p. 37-
3
8). Además, la ciudadanía no tiene sólo un carácter político, sino que implica también otras
dimensiones de la realidad:
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